Podemos en París

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Fuente: blogs.lavanguardia.com/paris-poch

En el dominó europeo la hipótesis de una reacción en cadena está servida: si Syriza gana en febrero y Podemos se instala en Madrid, Francia estallará.

Jorge Lago, uno de los fontaneros de Pablo Iglesias, ha pasado por París. Su visita ha confirmado la fascinación que el fenómeno Podemos inspira en la gauche francesa. Lago ha sido entrevistado por algunos de los principales medios de comunicación alternativos franceses, como Mediapart (100.000 abonados y una redacción de 50 miembros, que ya es una fuente y referencia ineludible para los medios convencionales) o Arret sur images, el espacio de reflexión mediática con 25.000 abonados que dirige Daniel Schneidermann. Lago, que hace 13 años vivió un año en Marsella y habla bien francés, se defendió muy bien. Aquellos “chicos listos” que entrevistamos en Berlín el pasado mayo en vísperas de las europeas (consultar la página en PDF), se han convertido en un factor de primer orden de la política española, hasta el punto de que la hipótesis de un gobierno suyo en España, con alcaldías importantes en su órbita, en Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades, ya no es ninguna tontería.

En Podemos hay gente con la cabeza bien amueblada, como lo demuestra el hecho de que han sido capaces de superar el paradigma de lo que queda de la izquierda antifranquista, cuyo principal mensaje es recibido por el 90% de la sociedad española con toda claridad: “no me votes”. Podemos tiene por objetivo la toma del poder por la vía institucional. Ha entendido que el adversario no es la “derecha”, sino algo mucho más amplio y superior: una oligarquía cuya línea y programa perjudica al 90% de la sociedad. Por eso, su táctica es la misma que la del plebiscito chileno de 1988, inmortalizada en la película “No” de Pablo Larraín.

América Latina ha inspirado. Allí diferentes movimientos y caudillos consiguieron llegar al poder apelando a esa aplastante mayoría popular perjudicada. Les llaman “populistas”, pero, primero, la etiqueta no desagrada a los cerebros de Podemos (han leído a Ernesto Laclau, La razón populista, 2005), porque parten del sentido común y no del catecismo radical, y, segundo, constatan que tras muchas décadas de derrotas esos movimientos y caudillos, con todos sus defectos e insuficiencias, han realizado verdaderas transformaciones. ¿Dónde está hoy el consenso de Washington en América Latina?

La diferencia del mundo de hoy con el de los años sesenta es que ahora un mero programa socialdemócrata, con ampliación del estado social, una política fiscal orientada hacia la nivelación y nacionalización de la banca y servicios básicos, es visto como “izquierda radical”, explica Lago. Tiene razón: Oskar Lafontaine, el dirigente de la “izquierda radical” alemana y la mayor figura de ese espectro en Europa, es un simple socialdemócrata. En América Latina el mero hecho de ocuparse presupuestariamente de la mayoría excluida de la población, ha convertido a gente como Chávez, Morales o Correa (un cristiano social) en casi revolucionarios.

La estrategia de Podemos fascina a la gauche francesa, precisamente porque incide de pleno en su debate. El Partido Comunista francés, una fuerza que contiene grandes ventajas (organización, compromiso estructurado, experiencia administrativa en las instituciones) pero que al mismo tiempo huele a naftalina, se mantiene en la concepción clásica de “frente de la izquierda” y se empeña en trabajar con lo que hay de recuperable, dicen, en el gobernante Partido Socialista francés. Simplificando un poco: mantenida a lo largo de una generación (los 30 años que nos separan desde el giro neoliberal de la izquierda con Mitterrand en 1983), esa estrategia ha fundido los plomos de la sociedad. Apenas hay diferencia fundamental entre izquierda oficial y derecha eterna. El electorado de izquierda se queda en casa e incluso se deja tentar por los reflejos antisistema del ultra Frente Nacional. Por eso, Jean-Luc Mélenchon (4 millones de votos en 2012, un millón en 2014) propone algo completamente diferente: convocar al pueblo a un proceso constituyente que reformule el interés general, una VI República, una nueva Revolución Francesa contra el orden oligárquico tan parecido en su divisoria de intereses al absolutismo aristocrático que quebró en este país en 1789 lanzando impulsos libertarios universales aún hoy vigentes: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Gracias a De Gaulle y a su fuerte tradición nacional, la Francia ocupada, dividida y humillada de la Segunda Guerra Mundial logró volver a ser la principal potencia europea en los “treinta gloriosos”. En plena guerra fría, cuando el continente era un protectorado de Washington, Francia ejerció una cierta autonomía mundial. A través de su prensa el mundo cobraba acentos bien diferentes a los habituales en Londres o Nueva York. La nación continuó aportando grandes pensadores socialmente comprometidos bien después de Sartre, Camus o Braudel. Mientras el desierto involucionista se extendía por doquier, en Francia aún estaban los Lacan, Barthes, Levi-Strauss, Foucoult, Derrida y otros. En 1983 Mitterrand cambió un programa de transformación nacional por un esquema europeo de desarrollo neoliberal.

Hoy la política exterior francesa es un vasallo más del Imperio (el regreso a la OTAN ni siquiera ocasionó debate), la prensa está, como en todas partes, controlada por cuatro o cinco grupos oligárquicos (Lagardere, Bouygues, Bertelsmann, LVMH…) y en lugar de los intelectuales que estimulaban la conciencia nacional hay una lamentable legión decomunicadores y charlatanes mediáticos a la Bernard-Henry Levy o Bernard Couchner.

La relativa potencia (política, cultural, intelectual y creativa en general) mantenida hasta los ochenta, coincidió con el giro de Mitterrand (1983) cambiando un proyecto de transformación nacional por una integración europea en clave neoliberal. Todo eso convierte en particularmente angustioso el actual declive en Francia porque el punto de partida era más alto que en la mayoría de las naciones europeas. Ninguna nación Europa sufre la sensación de haber perdido tanto en la mundialización neoliberal como Francia. Y aún tiene mucho que perder.

La evolución del gran rival/socio alemán ha sido la inversa: privada de una tradición nacional universalista, Alemania gobierna su propio declive surfeando la mundialización. Su política europea es una extensión de su política nacional empresarial. El proyecto nacional alemán, si se puede hablar de algo así, lo que une a Merkel con Habermas y Cohn Bendit, es realizar una Gran Europa federal que disuelva la ciudadanía. Berlín quiere un más Europa que, bien pese a Habermas, solo pude realizarse en la clave de la Marktkonforme Demokratie(democracia acorde con el mercado) de la Señora Merkel y sus socios de Bruselas. Mientras en París no hay proyecto europeo alternativo, pero por lo menos la población sabe lo que no quiere y en 2005 votó contra la constitución europea… La sensación es que cuanto más Europa en clave neoliberal haya, más Alemania y menos Francia habrá en el continente; más Austeridad, Desigualdad, Autoridad, y menos Libertad, Igualdad, Fraternidad. Esa sensación introduce en París un particular componente nacional sin el cual el avance del Frente Nacional no se entiende.

La de Francia es una angustia nacional de 30 años. Una angustia transversal que se aprecia en movimientos sociales no identificados, como el de los bonnets rouges de Bretaña –una especie de jacquerie moderna- e incluso en iniciativas conservadoras en la línea del Tea Partycomo la Manif pour tous. El desafío de la gauche es recoger, articular, esa angustia nacional e insertarla en la serie histórica francesa; 1789, 1830, 1848, 1871, 1944 (programa del Consejo Nacional de la Resistencia), 1968, etc. Lo que en Alemania (país de revoluciones fallidas) es completamente imposible, la tradición social francesa lo hace pensable. Mientras no se demuestre lo contrario, este sigue siendo un país socialmente eruptivo ha dicho hace poco Nicolás Sarkozy.

Podemos, que evidentemente, actúa sobre la particular ruina institucional española resultado del ladrillo, la corrupción y el general desencanto hacia la narrativa oficial sobre lo ocurrido desde 1978, está realizando aquello sobre lo que parte de la gauche reflexiona. Precisamente por eso, Podemos fascina en París. Veremos a donde lleva.

Dicho esto, regresemos al espacio-tiempo concreto: Europa 2015-2017. Una victoria, o un avance significativo de Podemos en Madrid, unida a la posible victoria de Syriza en Grecia el próximo febrero, más lo que pueda pasar en Portugal, todo eso, podría hacer estallar a Francia. En el dominó europeo la hipótesis de los contagios, de una reacción en cadena está servida: si Syriza gana en febrero y Podemos se instala en Madrid, Francia estallará. Solo entonces, pasados los respectivos procesos constituyentes nacionales, se podría hablar de Europa en términos sociales y ciudadanos.

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Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) ha sido veinte años corresponsal de La Vanguardia en Moscú (1988-2002) y Pekín (2002-2008). Luego fue corresponsal en Berlín, de 2008 a 2014. Antes, en los años setenta y ochenta, estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal en España de Die Tageszeitung, redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 a 1987). Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS (traducido al ruso, chino y portugués), sobre China, y un pequeño ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis. Actual corresponsal de La Vanguardia en París.

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