La prueba del algodón se evidencia en Siria

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Por: Tamer Sarkis Fernández

Con sus diarias invenciones sobre “rebeliones populares”, “gobiernos sectarios” y bombardeos del “Régimen” contra población civil en Siria, los medios de comunicación del sionismo encendieron una bomba real de indignación y gregarismo entre pobladores y comunidades sunníes europeas. Las grandes agencias de prensa que ordenan agendas periodísticas locales sabían perfectamente lo que hacían al diseminar sus mentiras, estudiosas como han sido de la Escuela de Chicago y de su Teorema de Thommas. Según éste último, cuando una masa de personas otorga verosimilitud a una mentira, la mentira acaba generando idénticas consecuencias reales a las generables por una verdad.

Y al son de este efecto-llamada tendido por los peliculeros productores de hechos, decenas de miles de musulmanes sunnitas han ido moviéndose hacia Siria e Iraq desde el Viejo Continente, no sin antes contactar con redes vehiculares de captación. Ministerios, policías, Inteligencias, fueron licenciosos. Dieron cobertura y amparo mientras los supuestos “muyahidines” iban a parar al gran “ejército libre” en construcción, que ha acabado por mostrarse trampolín hacia grupos terceros deseados por el sujeto itinerante. Acostumbrados a jugar con sentimientos, creencias, supersticiones e identidades proyectándolos en su circuito-global, a los maestros del espectáculo no se les ocurrió tomarse en serio la posibilidad de que otros estuvieran jugando con ellos en la materialización de sus fuerzas distintivas.

En este sentido, el Estado Islámico es la genuina “prueba del algodón”: la verdad tendencial de la llamada “revolución siria”, o su Potencia aristotélica devenida Acto, tal y como la mariposa es al gusano la Potencia, sólo que al revés. The proof of the pudding is in the eating es un aforismo inglés que Engels reproducía en Anti-Dühring al intentar divulgar al máximo el contenido de la 6ª Tesis marxiana sobre Feuerbach. Pues bien: la sola visión del Estado Islámico molesta al espectáculo imperialista en la medida en que la organización constituye muestra viva del cariz primigenio reaccionario de la llamada “rebelión”. La última habría sido no-susceptible de haberse transmutado en simbiosis con el propio EI, si no hubiera mediado entre ambos estadios toda unaidentidad trans-organizativa de ideología de fondo.

Por eso es que la presencia del Estado Islámico sobre el terreno estorba al espectáculo: porque da al traste con sus cuentos. Porque el Estado Islámico no ha despuntado espontáneamente como la naturalidad de las setas en el bosque. Porque, en definitiva, no puede ser que se hayan vuelto tan malos y tan fieras esos que eran tan auto-gestionarios, tan rojos, tan románticos, tan espontáneos, tan primaverales, tan civiles y tan del Pueblo. La imborrabilidad del regnum del EI en áreas sirias como la de Raqqa o campo de Alepo es ni más ni menos que la sorna con que la realidad, tozuda e imbatible, saca la lengua contra el cuento rosa-progre que la Clinton o Henry-Levy nos relataban en sus entrevistas por la CNN, y después de cuya audición el espectador occidental podía irse a la cama tan contento. O contra el cuento trotsquista de que dicha supuesta atmósfera rosa-progre iba a ir tornándose roja “rodeada por la solidaridad internacional de todos”. Pues no, señores encantadores. Su alucinado “movimiento progresivo de masas” se ha vuelto lo que se ha vuelto, a partir de lo que ya era (y como no podía ser de otra forma), pero más “puro” y más heavy. Y es que ya nos advierte Karl Marx -en esto, también, muy Aristotélico- de que la verdad de la substancia de algo solamente se revela fenoménicamente, habiendo alcanzado el fenómeno estadios superiores de su desarrollo.

La verdad -la libertad- triunfa, y, al final, resulta a vista expuertas que sí; que sus queridos militares sirios desertores, sí, en verdad fueron desertores, pero no a la dulce imagen que ustedes gustan pintar, sino más bien al estilo en que Goded, Mola, Franco, Moscardó, Cascajo o Queipo habían sido desertores respecto del Ejército de la República Española. Los “píos” llamamientos de los Xeih, sí, señores, sí, obtuvieron cierta resonancia popular en Siria, pero exactamente como el enrolamiento en las filas de Falange había sido provisto en España desde una innegable base social popular en términos socio-económicos demográficos. Y no, señores, no: no hubo ideología ni práctica que fueran del Pueblo, sino justamente Vacío ideológico y oportunismo y venalidad de quienes creyeron apuntarse a un caballo, que se les dijo por antena parabólica, iba a ser prontamente ganador, combinándose al unísono con el sectarismo y el “espíritu gregario de cuerpo” sediento de la sangre del sirio diferente, más el resentimiento de décadas esputado por las “grandes familias” sunníes effendi ex-caciquiles rurales locales desbancadas, tal y como en Homs.

Mezquindad en parte larvada (hay que reconocerlo y evitar que se repita) por la fermentación de serias lagunas ideológicas y omisiones prácticas en la penúltima Línea política gubernamental. Pues las instituciones prescindieron, a la ligera y durante años, de caminar entre el Pueblo y fundirse con éste, desamparando considerable número de áreas caídas así bajo influjo y patronazgo de hijos de viejos linajes ex-agropecuarios. Quienes, reconvertidos al comercio, a la gestión administrativa local y al chanchullo compartido con elementos de la seguridad local, aguardaban a que, como había ocurrido ya en 1978 con la promoción anglosajona de la revuelta hermano-musulmana, las miras imperiales volvieran a posarse en su relativa capacidad de acaudillamiento, apelativa, una vez más, al milenario “espíritu de cuerpo”.

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