Después de Siria, Egipto

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Yusuf Fernandez

La ofensiva terrorista en Egipto está experimentando una notable escalada, ya que los principales patrocinadores que han apoyado la causa de los grupos armados en Siria, principalmente Qatar y la Turquía de Erdogan, están ahora comprometidos en una nueva campaña de desestabilización similar, esta vez contra Egipto.

Estas fuerzas consideran que un Egipto fuerte y estable va en contra de sus intereses por cuanto podría desempeñar, por su tamaño, sus desarrollos históricos y su población, un papel de liderazgo en el mundo árabe como el que ya tuvo en la época del padre del panarabismo Gamal Abdel Nasser. Esto resulta especialmente inquietante para los intentos de Erdogan de construir una especie de imperio neo-otomano bajo su control y para el diminuto Qatar, que sigue empeñado en desestabilizar a sus vecinos, difundir la ideología de los Hermanos Musulmanes y jugar el papel de gran potencia árabe y regional.

El escenario sirio se repite también en lo que respecta a la actitud de las grandes potencias. Mientras que Rusia, principal sostén del orden internacional emergente, es también uno de los principales apoyos a la estabilidad de Egipto, EEUU, por su parte, aunque no ha llegado tan lejos como en Siria, donde apoya a una oposición sin vínculos reales con la sociedad y estrechamente vinculada al terrorismo takfiri, actúa al menos a través de la omisión, permitiendo que sus aliados qatarí y turco sigan llevando a cabo una tarea de desestabilización.(Nota de Ojos para la Paz: EEUU
sí interviene activamente en Siria, armando a los mercenarios y entrenándolos a través de la OTAN)

Según el diario libanés Al Akhbar, que cita fuentes de inteligencia, “se están haciendo intentos de crear un Ejército Egipcio Libre en Libia con el apoyo de los Hermanos Musulmanes y de Turquía y Qatar. Este grupo estaría planeando atacar instalaciones relevantes en el país, asaltar prisiones para liberar a detenidos y dislocar las elecciones presidenciales”.

El papel de Libia

Tras el derrocamiento del gobierno  de Libia por parte de la OTAN -los rebeldes no habrían tenido ninguna oportunidad frente al Ejército libio sin el apoyo de la Alianza- hace tres años, Libia ha caído en un estado de caos total y se ha convertido en una base terrorista. Debido al papel que las milicias cumplen en ese país, éste se ha convertido en uno de los principales abastecedores de armas a los grupos terroristas de Oriente Medio y el Norte de África, como puede verse en el caso de Siria y otros países. El Estado libio no quiere, ni tampoco puede, detener estos envíos ni impedir tales actividades en su suelo.

Según dijeron las fuentes yihadistas a Al Akhbar, “fábricas en Libia están preparando uniformes del así llamado Ejército Egipcio Libre y distribuyéndolos entre sus miembros. Grandes cantidades de armas, vehículos y otros equipos están siendo entregados a los grupos egipcios y almacenados en el autoproclamado “Emirato”de Darna, en la región libia de Cirenaica con el apoyo de los servicios de inteligencia que apoyan a estos grupos.

Los componentes de este grupo parecen ser estudiantes egipcios que huyeron a Libia tras el derrocamiento del presidente Mohammed Mursi en Julio de 2013. Hay también sudaneses y muchos combatientes que han llegado a Libia procedentes de la guerra de Siria, donde han acumulado una gran experiencia. Al igual que sucede en otras partes, los mejor organizados son los miembros de Al Qaida, que están bajo el mano de Sufian al Hakim y poseen una amplia experiencia en la creación de células y redes.

El jefe del Ejército Egipcio Libre es Sharif al Radwani, que dirige los campos de entrenamiento y los depósitos de armas del grupo en Libia. Él participó en los combates en Siria, Líbano y Afganistán. El responsable de los contactos con los patrocinadores y los servicios de inteligencia extranjeros es Ismail al Salabi. Él es miembro del Alto Mando de Al Qaida y también amigo y confidente del jefe del servicio de inteligencia de Qatar, Ganim al Kubaisi, con el que se reúne frecuentemente. Otro enlace con los qataríes en Abu Ubaida, un veterano líder de Al Qaida que ha trabajado con el servicio de inteligencia de Qatar en Libia y Siria. Cabe señalar que Qatar y Turquía tienen a oficiales de sus servicios de inteligencia operando en Libia, donde inspeccionan los campos de entrenamiento de los terroristas y coordinan las adquisiciones de armas y su entrega a los mismos.

Otro de los jefes militares es Abdul Fahd al Zaz, que también luchó en Siria, pero que viajó a Libia para contribuir a poner en marcha el proyecto contra Egipto. Él parece estar vinculado, sobre todo, a los estudiantes egipcios que han viajado a Libia y se ocupa de supervisar su entrenamiento y coordinación.

Según fuentes egipcias, estos dirigentes terroristas están en contacto con el adjunto del Guía Supremo de los Hermanos Musulmanes, Jairat al Shatir, que estaría interesado en desestabilizar a las nuevas autoridades egipcias y crear un caos previo a la celebración a las nuevas elecciones presidenciales, de las que se espera que lleven a la elección del actual hombre fuerte del país, Abdul Fattah al Sisi.

El Ejército Egipcio Libre está siendo organizado de forma paralela a la expansión de otros grupos terroristas en el Sinaí, principalmente de Ansar Bait al Maqlis, que ha llevado a cabo una campaña contra las fuerzas de seguridad egipcias en la Península, El Cairo y otras ciudades egipcias y que ha sido recientemente declarado como organización terrorista por el Departamento de Estado de EEUU.

Este grupo busca atentar contra militares y miembros de las fuerzas de seguridad así como contra infraestructuras vitales. Su objetivo es derrocar al actual gobierno al que considera “en guerra contra los musulmanes” tras el derrocamiento del presidente Mohammed Mursi. En los últimos meses, Ansar Bait al Maqlis se ha convertido en una fuerza de élite que ha protagonizado osados atentados en El Cairo y otras ciudades.

Cuando el Ejército Egipcio Libre sume sus fuerzas a dicho grupo, la magnitud de la violencia en Egipto podría sufrir una fuerte escalada. La capacidad de reclutamiento de estos grupos en Egipto es mayor que en Siria, donde las minorías religiosas -alauíes, cristianos, shiíes, drusos- han servido como fuerte apoyo al gobierno debido a su justificado temor a ser eliminadas o, en el mejor de los casos, sufrir una amplia marginación, en el caso de triunfo de los grupos takfiris.

En Egipto, sólo existe una minoría importante, la cristiana copta, pero no posee la influencia ni la capacidad de las minorías en Siria. Además, Egipto cuenta con una cantera de millones de jóvenes en una situación de pobreza que pueden ser fácilmente reclutados por los grupos terroristas.

Hay que señalar, por último, que Egipto es muy relevante para los grupos extremistas. El propio líder de Al Qaida, Zaiman al Zawahiri, es egipcio y el país, por su influencia y demografía, es una pieza más codiciada para estos grupos que la propia Siria.

Comentando la situación en Egipto, fuentes militares dijeron a Al Akhbar que “Egipto está en una crisis real” en referencia a la gravedad de la situación que atraviesa el país. “La ignorancia de las fuerzas de seguridad acerca de los nuevos terroristas es desastrosa”.

El terrorismo: un desafío global

El incremento de las actividades de los grupos extremistas plantea un creciente desafío global. Poderosas fuerzas de Al Qaida están luchando ahora en un frente de países que se extiende desde la frontera de Argelia, en el oeste hasta la de Irán al este. El objetivo de la organización es crear un gran emirato takfiri que domine a un conjunto de países árabes a la espera de su lucha definitiva contra EEUU y otros estados.

La actitud estadounidense hacia este fenómeno es increíblemente estúpida. Cegados por su oposición a Irán a nivel regional y su seguidismo de las políticas israelíes, EEUU ha trazado en su planeamiento estratégico una especie de juego a tres, al menos en el caso de Siria, donde dos partes malas, el gobierno y Al Qaida, son los objetivos a combatir, mientras que una parte “buena”, la “oposición moderada”, se beneficia de todo el apoyo.

Lo que falla en este cálculo es que la oposición moderada, a la que los países occidentales apoyan, carece de representatividad en el seno de la población siria, que considera a sus líderes un grupo de vendidos, y nadie espera que juegue un papel relevante en el caso de una victoria de los grupos armados, la gran mayoría de los cuales están vinculados a organizaciones extremistas, incluyendo a Al Qaida.

Por otro lado, los vínculos de tal oposición -ya sean los Hermanos Musulmanes en Egipto, la Coalición Nacional Siria o los grupos políticos opuestos al primer ministro Nuri al Maliki en Iraq- con los radicales y la propia Al Qaida son claros y notorios. El Frente Islámico pro-saudí o lo que queda del Ejército Sirio Libre luchan codo a codo en Siria con el Frente al Nusra, vinculado a Al Qaida. La Coalición Nacional Siria ni siquiera quiso reconocer la existencia del terrorismo en Siria durante la reciente conferencia de Ginebra-2. En Iraq, algunos adversarios de Maliki, como Tariq Hashemi, han sido condenados en los tribunales por sus vínculos con el terrorismo.

Mientras tanto, países aliados de EEUU como Qatar o Turquía -un miembro de la OTAN- continúan apoyando al terrorismo, incluyendo a Al Qaida. A esta lista hay que añadir a Arabia Saudí en el caso de Siria e Iraq. Y, gracias a este apoyo, la nebulosa terrorista crece y se extiende y va cobrando vida propia. EEUU y otros países occidentales pagarán pronto muy cara su actitud frente a este fenómeno. Miles de sus ciudadanos de países occidentales han ido a Siria, se han contagiado de una ideología extremista, han adquirido una formación militar y han establecido amplios contactos a nivel internacional que expanden su capacidad de realizar atentados cuando deseen o sean requeridos para hacerlo. El atentado del Maratón de Boston debería servir en este sentido de clara advertencia.

Sin embargo, de momento EEUU prefiere ignorar estos peligros y someter su política en Oriente Medio a los lobbies sionistas, que buscan dividir Oriente Medio en pequeños estados basados en criterios étnicos y confesionales, preferiblemente enfrentados entre sí, y sometidos a la hegemonía israelí. Los conflictos internos árabes sirven también a Israel para ocultar su ocupación y limpieza étnica en Palestina, que quedaría demasiado en evidencia en el caso de existir un Oriente Medio próspero y en paz.

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