Nos estamos quedando sin luz

Se nutren de poder, dinero y mucho control, y terminan por domesticar el horror que ellos mismos perpetran. Palestina hace tiempo que dejó de ser el espejo donde se reflejaba esa sensación de impotencia y dolor y, desgraciadamente, ha pasado a ser ese capítulo oscuro que Occidente ha sellado con su firma, sin que apenas le tiemble el pulso.

Después de todo lo acontecido estos últimos meses, son muchas las personas que pensaban que el impune asesinato de niñas y niños y el bombardeo sin piedad sobre todos los hospitales tendría su fin. Pero no solo no es así, sino que además se ha conseguido normalizar la barbarie y mostrar todos los sucesos como irreversibles, dado que nosotros no podemos hacer nada contra el imperio del mal del estado israelí.

La narrativa de los medios de comunicación siempre termina por vencer, y no importa que bajo sus titulares se esconda una auténtica masacre. No es, ni mucho menos, cierto, que Europa tenga las manos atadas y carezca de posibilidad de alterar el orden de las cosas. Primeramente, porque Europa es el Orden bajo mandato estadounidense y, en segundo lugar, porque sus gobernantes hace tiempo que sellaron el pacto para arrodillarse ante la prepotencia del sionismo más descabellado.

Del mismo modo que sus tentáculos se movilizan rápidamente para pactar mil y una sanciones económicas contra Rusia, incautarle sus activos, arrebatarle toda posibilidad de riqueza, impedirle participar en torneos o acontecimientos deportivos, bloquear relaciones económicas y políticas que no conllevaban peligro alguno, prohibir a sus medios informarnos, demonizar su comportamiento y a su presidente, y hasta distorsionar absolutamente todo lo acontecido desde la caída del muro, esas mismas “armas” poco convencionales parecen no poder tener cabida a la hora de castigar el inadmisible comportamiento de los «herederos de la tierra prometida”.

Es hasta ridículo escuchar a nuestros dirigentes decir que esta situación es insostenible y que Benjamin Netanyahu debería procurar evitar los males mayores. Causa cierto bochorno asumir que estamos siendo gobernados por una cuadrilla de desalmados que, ajenos a toda forma de empatía, se movilizan para armar a una banda de nazis en Ucrania, y ni se les inmuta el gesto sabiendo que están sometiendo a todo el pueblo palestino a su desintegración. Al parecer, desconocen cómo han ido sucediéndose todos los hechos desde que pactaron la no agresión por parte de la OTAN a las fronteras rusas, y ni se les ocurre pensar que, quizás, sometiendo a Israel a una completa ruptura de relaciones estaríamos viviendo otra realidad que cambiaría absolutamente el curso de todos los acontecimientos.

Por desgracia, las facciones poderosas que rigen el rumbo de nuestro mundo, tienen a Europa infectada con sus objetivos más execrables. Y aún sabiendo desde hace mucho que Rusia estaba siendo asediada por todos los frentes y que venía siendo objetivo de Estados Unidos pasara lo que pasara, nos costaba creer que se pudiera llegar tan lejos. Uno, porque la lógica geoestratégica de Europa y la búsqueda de sus propios intereses nos beneficiaba, y dos, porque los resultados que ofrecía tener buenas relaciones más allá de los Urales, eran, sin duda, un buen regalo para toda la ciudadanía. Pero nada de todo ello importa. Estamos siendo testigos de una vasta apología del imperialismo capitalista que ahora mismo está supurando odio hacia todo lo ruso desde todos los medios de comunicación, y toca informar, claro está, del inminente peligro que corre nuestro continente ante la arrebatada ira de Putin.

Son los modos de siempre, para conseguir los objetivos del tío Sam financiados por las agencias judías. Y si imperdonable es cómo nos han llevado en volandas a apoyar a un pueblo ucraniano sometido a los intereses de EEUU, más imperdonable es cómo una amplísima mayoría de nuestra población se reconoce en ese discurso que repite sin cesar la existencia de una Rusia enemiga de nuestros objetivos. No hace falta ser un lince para saber que una buena diplomacia entre la Unión Europea y Rusia abría un futuro esperanzador, tanto desde el punto de vista económico como estratégico. Pero todo el mundo olvida con una facilidad realmente curiosa cómo se las gastan desde el otro lado del Atlántico para fortalecer su propio dominio y destrozar sin complejos nuestros propios intereses.

Llevo décadas administrando mi rabia hacia quienes me rodean, por su permisividad con los belicosos juegos que se realizan desde las entrañas de un sistema económico que defienden sin fisuras. Y recuerdo cómo antes me ponía mi traje de investigador y disponía de toda la documentación necesaria para respaldar cada una de mis controvertidas posiciones. Ahora, ya cansado y tristemente impresionado por una opinión pública raquítica y merecedora de todos los reproches, hago mención de todos los detalles sin necesidad de armarme constantemente de fuentes bien informadas. Si la sociedad del siglo XXI se caracteriza por algo es por su afán de seguir creyendo. Hace siglos creían en Dios, ahora creen hasta en los periodistas.

Desconozco la razón por la que aún persisto en mi conexión con el mundo que me rodea a través de la televisión, pero reconozco que me cuesta evitar esa relación. Me cuesta darle la espalda a todos los políticos, a sus socios de los medios, y a todos esos tertulianos familiarizados con la denominada “izquierda progresista”. Todos ellos han sido incapaces de nombrar cada cosa como se debía. En 40 años no han tenido el valor de señalar a Israel como estado que cometía crímenes día si y día también, han sido incapaces de imaginar que, quizás, estábamos asistiendo a un apartheid de libro, han ocultado esa defensa que han tenido los terroristas desde Europa, han propiciado que los intereses de los demócratas norteamericanos extendieran sus garras por todos lados, han desmantelado la credibilidad periodística, se han olvidado de los crímenes acaecidos en Odesa el 2 de mayo de 2014, han ocultado las razones que propiciaron la ruptura del los acuerdos de Minsk, han silenciado los discursos de Putin llamando la atención a los líderes europeos por su imparable control de todos los países que limitan con su extenso territorio, han posibilitado la censura, han mirado hacia otro lado cuando había que contar la verdad y, lo peor de todo, se han vendido por un puñado de dólares.

Lo desconozco, pero tengo querencia hacia ello. Es decir, hay algo dentro de mi que me traslada a ese campo minado de la teoría social y política, algo también que me traslada al incomprensible mundo de esa ciudadanía europea culta, bien conectada, sin problemas económicos, con millones de fuentes de información con los que poder interactuar, y capaz de creer que Zelenski es un gran tipo y que Úrsula von der Leyen lo está dando todo por Europa.

Me cuentan en la década de los ochenta que la ciudadanía de a pie iba a ser testigo de las salvajadas cometidas en Yugoslavia, Libia, Siria, Yemen, Irak, Ucrania o Palestina, y que nada iba a hacer al respecto, porque solo se trataba de derrocar dictadores o vete tú a saber qué, y desfallezco. Ahora solo me da tristeza. Una absoluta tristeza. Hace muchísimo que escribí ya sobre la desoladora política que venía realizándose desde nuestro continente, y la desalentadora respuesta de la gente. Hace muchísimo que perdí toda esperanza. Pero realmente, me sigue costando creer hacia dónde estamos llegando.

¿Qué puede pensar uno tras observar en todos los canales cómo unos cientos de paquetes con alimentos caen del cielo sobre suelo palestino, como regalo del presidente Joe Biden? ¿Qué puede pensar sin que le arrastre cierta furia o sin que se quede atónito ante tamaña osadía? Es la metáfora que habita en el inconsciente posmoderno. Distribuimos todas las balas que matan y nos esforzamos por mantener la ayuda humanitaria. Asesinamos a sangre fría y creemos merecer el nobel de la paz por ofrecer con millones de euros comida intoxicada. No tenemos perdón.

Cada vez que cualquier persona muere en el mundo por el afán interminable de expandir el capitalismo deberíamos estar obligados a pedir responsabilidades a esos líderes occidentales que ahora nos están preparando para arruinar el estado del bienestar y favorecer las inversiones en defensa. Cada vez que una persona inocente deja de mirar el brillo del sol debería llevarnos a interrogarnos por nuestra temible existencia. Y ya no vale con mirar hacia otro lado o dejar entrever que nada podemos hacer al respecto. Podemos hacer, y mucho. Y tal y como ya lo he manifestado en anteriores ocasiones, basta con no permitir, bajo ningún concepto, la existencia de la OTAN ni de ninguna base militar de EEUU por nuestras tierras. Y basta con romper lazos con Israel y todo lo que representa. Ese insignificante paso, que la mayoría de desinformadores te dirán que es una locura porque estamos asistiendo a la amenaza constante del terrorismo yihadista y de la expansión colonial de Rusia y China, es el más urgente y creo que único para dar validez a cualquier posicionamiento próximo al pacifismo. Todo lo demás, es pura propaganda de la maquinaria perfectamente engrasada por el capitalismo y la gran burguesía judía.

Ya está bien de asumir en detrimento de nuestro presente las políticas asesinas del imperialismo. Ya está bien de acompañar con nuestras políticas la salvaje posición tomada por EEUU hace ya muchísimo tiempo.

No hace mucho di una charla en el Instituto analizando un poco los discursos y las narrativas de Occidente antes de entrar en conflicto con cualquier país del mundo. Por los pasillos comenzaron a correr voces diciendo que habían escuchado a alguien defender a Rusia, puesto que manifestaba abiertamente cómo se abría paso la hostilidad de EEUU a través de todos los rincones del planeta. Es el país más odiado, no por su lamentable industria cinematográfica sino por su querencia a la continuada incursión y su amor por las guerras.

¿Sería posible que dejáramos de lado ese escaso logro consistente en comparar a unos y otros, en mostrar el “perverso perfil ideológico” de Putin para defender lo indefendible en cada acto perpetrado por nuestros amigos? ¿Sería posible ceñirnos a un análisis de la realidad y poner sobre la mesa todos los acontecimientos acaecidos en los últimos años? Bastaría con ello para avergonzarnos de las consecuencias que se están viviendo tanto en Ucrania como en Palestina, y bastaría con eso para darle un portazo a tanta incontinencia poco reflexiva.

Estaría bien hacer lo posible para conseguir información de lo que piensan los africanos, de lo que sienten en el Próximo Oriente y en media Asia y media América en relación a la actual situación mundial. Estaría bien trabajar con voluntad y tenacidad para buscar los últimos discursos de políticos, representantes y presidentes del Sahel (por poner un ejemplo) contestando a los dirigentes estadounidenses y al charlatán de Macrón, buscar en los hechos ocurridos en Kiev desde principios de 2014, rastrear en la agenda 2030 y en la impertinente política que va a establecer la OMS a cuenta de sus acuerdos con nuestra querida Unión Europea, investigar sobre la beligerante política de la bienintencionada facción demócrata que gobierna en los Estados Unidos, sacar a la luz el influjo de las familias nazis a nuestro alrededor, clarificar cómo Bolsonaro y Milei llegan a donde llegan gracias al templo evangélico sionista, promover la escucha activa atendiendo a lo que dicen los Otros, en mayúsculas, y todo resultará mucho más sencillo de comprender. Todo. Si hacemos un esfuerzo para ver más allá de lo que nos ofrecen los medios pagados por el poder nos daremos cuenta de una cosa; somos unos aniquiladores y, tarde o temprano, vendrán a por nosotros.

Aplaudir en Eurovisión el maravilloso espectáculo de nuestra cultura relativizada, y dejar constantemente en la cuneta las verdaderas causas de una izquierda reflexiva y combatiente es uno de los grandes logros del progresismo. Otro es hacerle el pasillo a dirigentes que reflexionan por una identidad engañosa y se olvidan de luchar contra la desigualdad. Los millones de pobres, de niñas y niños desnutridos, los millones de migrantes, los millones que sufren el acoso de las balas, los millones sin protección, los millones de indígenas sin rumbo, o los millones sin techo ni agua no son nada. No son nada en relación con otras minorías perfectamente subvencionadas, y que enarbolan con su lucha el triunfo de la gran izquierda bien posicionada.

Es como si nos hubiéramos olvidado por completo de la universalización del sufrimiento, y apoyando esas pequeñas causas sociales nos posicionáramos en la cima del humanismo, cuando en realidad seguimos despojando a las mayorías de cualquier posibilidad de tener una vida digna.

Pero como ya viene siendo habitual desde hace tiempo, la vida digna solo es recompensa para los elegidos, no para los desconsiderados árabes o negros de piel que cruzan los mares ahogándose muchas de las veces. La dignidad se busca en Ucrania, y su bandera ondea en todos nuestros edificios, y su ciudadanía es la más necesitada del mundo, no como la población palestina o siria, infectada de niñas y niños proclives a cometer delitos o poseedores de la maldad que nos persigue. La dignidad la regala Occidente, no habita en tierras lejanas y polvorientas, y mucho menos se gana con enorme trabajo y con sudor. Somos quienes decidimos quién merece la pena y a quién debemos ayudar. Y hemos optado por lanzarnos al vacío junto con los reyes del mambo y del gran filón.

A partir de ahora, solo nos queda esperar. Y observar con resignación cómo los Estados Unidos e Israel van a terminar de depurar hasta el último mohicano. Ya no nos queda casi nadie. Y quienes quedan, serán señalados y amedrentados sin cesar.

OTAN No, Bases Fuera

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